No es de extrañar que quisiera empezar un blog sin apenas contar las motivaciones que lo inspiran; todo lo que tiene que ver con las introducciones, presentaciones y demás, no ha sido precisamente nunca uno de mis puntos fuertes.
Me quería lanzar a escribir y escribir y no dar importancia a los objetivos del blog, sin embargo, si uno va hablar de dinero; uno de esos temas del que se tiene que explicar todo, más que nada para no llevar a nadie a engaño o, exactamente, para que nadie crea que lo has llevado a engaño, estimo que vale la pena hacerlo, lo de contar alguna cosa.
El objetivo detrás de mis inversiones está bien definido. No quiero invertir para hacerme rico, para eso ya no estoy a tiempo, de momento. Quiero generar ingresos pasivos a través de dividendos y para eso debo aprender a invertir. Sin más.
Llegar a vivir de ellos, por la edad en la que uno ha empezado a invertir y el poco cash que se puede destinar a ello, es muy complicado, no así que sean una muy buena ayuda a partir de los cincuenta.
Ya veis, nada fancy mi objetivo.
¿Explicarlo en un blog? ¿Y por qué no? ¿Es que solamente pueden tener un blog de inversiones los inversionistas profesionales? Pues si ellos son inversionistas, yo seré El Inversionador. El que no enseña, sino el que aprende. Quien en vez de decir «la rentabilidad anual de mi inversión es…» dice «he ganao cuatro leuros, coñe»; El que jamás recomendará una inversión sino que escribirá: haced lo que os de la puta gana, tíos, menos hacerme caso en nada, que no tengo idea alguna (por no repetir puta).
No sé si me he explicado lo suficientemente bien, pero esa sería la tónica del blog. Encontré una excusa para escribir de vez en cuando y, además, servirme de ello para adentrarme en el mundo de las finanzas personales, del que nunca me había preocupado aprender.
Lo más importante y primordial es que nadie nunca me tome en serio.